domingo

Zanahoria

A veces pienso que soy muy emocional, pero que escondo esa parte de mi que me hace vulnerable, siempre llevo conmigo nudos en la garganta y lagrimas detrás de los párpados. Ahora, el problema viene cuando me convierto en la víctima de los lasos afectivos más fuertes y más facilmente creados, me encariño con todo, me enamoro facilmente y me preocupan, en serio, muy pocas cosas. Perder algo o alguien siempre ha sido difícil para mi, esta perdida complica mis pensamientos, los revuelve y los impregna de su vacío. No hay nada que pueda alejarme del recuerdo, de la muerte, del desvanecimiento, del vacío y del hueco que dejan en el espacio. 

Hace un mes que mi hermana mayor (con quien nunca he tenido una buena relación) salió de viaje a otro continente para continuar con sus estudios. En el aeropuerto, a las 4 de la mañana, toda la familia se reunió antes del embarque a su vuelo. Nos íbamos a despedir. La tarde anterior habíamos hablado sobre quien sería el primero en llorar en el momento de su despedida, todo en tono de broma, decíamos que sería mi mamá o tal vez mi papá. Nadie lloró, nadie parecia tener un nudo en la garganta, nadie estaba conmovido por ese hasta pronto que daríamos a quien nos acompañó por tanto tiempo. Nadie excepto yo, la menos indicada, la menos pensada, la que nunca hubiese llorado, la que nunca hubiese extrañado o recordado. Allí estaba yo abrazando a mi hermana como nunca lo hacía, un tanto incómodas ella y yo, y sintiendo sus nervios en su tacto. No podía llorar, no podía verme tan vulnerable, no los podía decepcionar. 

Es un cliché que a pesar de no ser las hermanas más cariñosas o las que se llevan mejor, en el fondo se quieren y a cada una le hace falta la otra. Sí, es así, pero nunca creí poder llegar al punto al que mis emociones me llevaron aquella madrugada. No entiendo mis sentimientos, soy un saco de emociones incontroladas de las que no me dejo dominar pero que tarde o temprano me afectan y me perforan el pecho y las muñecas. 

Todo lo que realmente me importa me hace poner alrededor de su existencia un sin número de emociones, recuerdos, y sentimientos que me hacen aferrarme profundamente a ellos. A eso se le llama querer y extrañar, yo lo llamo implosión emotivo- afectiva... El querer querer a alguien o algo y ocultarlo, el extrañar a un extraño y no demostrarlo. El hueco en el espacio que recurrentemente es llenado por las memorias de la culpa y el miedo.