Los
rayos rompen el silencio frio de la noche. Hace unos segundos estaba dentro de
un auto empapado por la lluvia que cae en la ciudad preguntándome como puedo
ser la única aunque a pesar de toda la mierda que pasa en la ciudad siga
considerándola tan hermosa, como a pesar de que quiero salir de este lugar con
apuro me siga pareciendo un lugar lleno de magia y belleza. Las luces de los
semáforos descoordinados se reflejan con largas betas en el pavimento mojado.
Pavimento amarillo, rojo y verde, y una ciudad casi desierta, pero con miles de
sombras e historias rodando detrás de cada ventana. Todo lo que veo es bello, divino, un sueño,
la funda en el suelo parece una bandeja de plata, el borracho de la avenida es
un soñador, un imbécil que no le importa nada y disfruta de la lluvia; los
edificios aburridos son los miradores perfectos hacia la ciudad y los muebles
de adentro son el reflejo de los buenos tiempos.
Me
declaro curiosa, infinitamente curiosa de la ciudad, quiero meterme a todos los
edificios y mirar desde el último piso toda la ciudad, cómo no les puede
gustar, cómo no le ha de gustar? Quiero meterme a bares, restaurantes y
discotecas, a callejones apestosos donde retumban los rayos que siguen cayendo
en la ciudad. Quiero cruzar los parques, quiero oler las sustancias y quiero
más que nada regresar a casa.
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