Solo el dolor nos hace consientes de la herida, cuando el dolor se va, pensamos que le herida también y si nos descuidamos, la herida sangra de nuevo.
Vuelve el dolor, vuelve la herida.
La sangre que brota de adentro –y aunque nunca supe que tanto- no nos deja ver le herida, la cubre y al ver la sangre somos consientes de la herida aun sin verla.
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