Quisiera que mis amigos me presenten a un amigo de ellos que
es mago.
Y quisiera ser su amiga.
Quisiera que haga trucos todo el tiempo, en medio de
conversaciones y comidas, en la mitad de un viaje a pie o a punto de quedarme
dormida en el sillón de su casa. Quisiera que un mago fuera amigo mío. Que no
se canse de hacer trucos para mi porque yo nunca me voy a cansar de verlos o de
sorprenderme. Nunca me voy a cansar de que siempre adivine la carta en la que
estoy pensando o de que en mis manos aparezcan dos pelotas en lugar de la única
que puso al principio. Nunca me voy a cansar del humo y de las luces, de andar
por la ciudad visitando los semáforos y los postes de las esquinas, de saltar
las gritas y acordarnos de cada símbolo lleno de mística que flota sobre la
ciudad. Nunca me voy a cansar de que me enseñe viejos juegos, ni de los
chistes, las apariciones y los misterios forzados. Tampoco me cansaré de los
otros espectadores, ni siquiera de los que no dejan propina, nunca me cansaré
de los otros amigos magos o de sus trucos sin magia. No me casaré de los
intentos fallidos, de las ilusiones visibles y los hilos negros y
transparentes. No me cansaré de los días sin magia porque son necesarios para
que la magia exista de nuevo. Nunca me voy a cansar de ser magia con el, de ser
las mariposas de papel que vuelan y revolotean, de ser el objeto encontrado al
fondo de una caja claramente vacía.